El Personaje Universal, bravo como el rubio Menelao, rubio como el rubio Menelao, se tomó el subte de la línea B, aunque bien podría ser cualquier letra, no son pequeñeces como esta la que le preocupan. Dejó pasar un tren, porque sus músculos dificilmente habrían entrado en ese vagón tan lleno de gente.
Subiose El Personaje Universal a la próxima formación y al entrar en el vagón supo que descendida del olimpo era aquella del luengo peplo sobre quién clavo su mirada. Era la diosa de las artes que al ver al augusto personaje de los rubios cabellos, bravo como el Atreida Menelao, se puso a retratarlo. Sacó de su bolso sus divinas herramientas y ocupose de su tarea. Cuando los vulgares mortales se interpusieron entre sus glaucos ojos y nuestro héroe, parose la diosa para terminar su retrato. Prudente, El Personaje Universal guardó silencio, sabiendo que de lo contrario corría serio riesgo de ser convertido en piedra. Así terminó la diosa el retrato y le ordenó sin decirle una palabra que se bajara. Vió desaparecer a la diosa hacia Federico Lacroze.
Caminó ensimismado por Anibal Troilo, entró en un negocio y se compró un cuaderno Rivadavia, de tapa dura. Digno elemento para vertir sus pensamientos.
Así es como dicen que fue.